01. De pececitos azucarados, cuadernos con hambre y mandarinas.
Dicen que las historias se comprenden uniendo puntos hacia atrás. Hoy te comparto unos cuantos de ellos que me hicieron ser quien soy, elegir lo que elijo, y hacer lo que hago.
El primer contacto que tuve con la pobreza fue a los tres años. Con mi delantal a cuadrillé blanco y rojo de cuello azul iba al Jardín 901 de San Miguel, la ciudad donde nací. Si cierro los ojos, aún puedo sentir ciertos recuerdos a través de los sentidos: La textura del guardapolvo en la piel, el elástico fruncido al pasar los puños a través de las mangas, el perfume de mi mamá cuando la saludaba al irse, y la sensación de exterioridad a la mesa de la merienda cuando llegaba la hora de “tomar la leche”.
Esa leche no era tal, era jugo de naranja o matecocido en invierno. Y para comer, cuando no había pancito, nos pedían que llevemos “galletitas para compartir”.
Mi mamá me compraba mis preferidas: Las galletitas con forma de pececito azucarado. Si sos argentinx y andás cerca de los cuarenta es muy probable que las conozcas.
Sin embargo ella, ni lerda mi perezosa, advirtió rápidamente que volvía con mucho hambre a casa y me preguntó el porqué, si había llevado galletitas.
Y ahí viene la exterioridad a la merienda: Cada vez que se servían las galletitas, nos hacían poner las manos atrás mientras cantábamos la “canción de la merienda”. Pero al terminar, mis compañeros se abalanzaban sobre las paneras de plástico amarillas o celestes, y las galletitas desaparecían antes de que pudiera siquiera acercarme. Al punto que jamás pude comer una. Ni una sola vez.
Cuando le conté eso a mi mamá, ella me dijo que no me preocupe, que estaba bien no agolparme para comer. Que compartiera las galletitas porque había niños que no podían comer en su casa, y yo si.
Le pregunté porqué.
Me dijo que tal vez fueran pobres y que sus papás no pudieran comprarles galles para merendar.
Por tanto, a los tres años, aprendí que la pobreza era no poder comer galletitas de pececitos con azúcar, lo que me pareció terrible. Frente a lo terrible, sólo podía compartir, por lo que decidí que iba a compartir todo lo que fuera posible. Vaya que un par de galletitas me marcaron la vida: Jamás subestimen el poder de palabras dichas a una niña curiosa de tres años.
Cuadernos con hambre
Más adelante, al crecer un poquito, empecé a salir de paseo con mi amadísima tía Alma. Mi tía Alma que también era Alma Quiroga, la señorita Alma o “Ladirectora”. Esa mujer a quien extraño tanto, que aún no logro entender porqué no está o que prefiero fingir demencia y pensar que ya va a aparecer. Esa gigante de la docencia a quien todo San Miguel conoce, encanto que se rompe al cruzar a cualquier distrito vecino. La más valiente, la revolucionaria, el mujerón que pueden ver acá:
Salir de paseo con mi tía Alma a los seis años era subirme en la parte de atrás de su Zanella e ir a la Escuela 39 del Barrio Trujui, en Moreno, donde era Directora, a explorar un mundo totalmente nuevo.
La primera vez que llegué, sin saberlo, conocí el olor que se convertiría en mi preferido para toda la vida: El de guiso hecho en cantidad, por un grupo de mujeres que saben cómo mezclar los ingredientes que hay y cocinar para cientos sin que se les pegue un fideo. Y les juro: No es condescendencia. Al día de hoy, mi aroma preferido es el de un buen guiso. Así como esa es mi comida preferida sin excepción.
Recuerdo que mi tía me mostró una mesa y me dijo que me sentara a almorzar con los alumnos, y yo pregunté porqué se comía en la Escuela, si a mi en la mía jamás me habían dado comida.
“Es que muchos de los padres de estos chicos no tienen trabajo, y son pobres de toda pobreza. Entonces para poder comer, tienen que hacerlo acá”. La tía y su forma de nombrar las cosas. Esa mezcla de cachetada y poesía.
En ese momento aprendí dos cosas, una de mi tía y otra de Mónica, la maestra elegida por ella para ser su ladera en la escuela, mi actual hermana elegida para caminar la vida:
Que ser “pobre de toda pobreza” era comer una sola vez por día si el colegio te lo garantizaba, y que a pesar de que yo pudiera comer en casa, si el guiso alcanzaba para compartir, se compartía.
Por eso Moni me acercaba a la mesa que ella observaba y yo disfrutaba mi plato de guiso sin culpa.
Al día de hoy, nunca jamás pude volver a encontrar el sabor de ese guiso hecho por Mari. Nunca. Aunque lo siga buscando.
Los gurises y gurisas comían ese guiso con devoción. Muchas veces madres y padres también se acercaban a la Escuela y se sentaban a una mesa a hacer esa única comida del día. Corrían los años 90 y ya se usaba el comer todo lo que se pudiera en un comedor y luego aprovechar el pancito y mucha agua para llenar el estómago y aguantar hasta el otro día. O guardarse el pan para tener algo a la noche que acompañe el mate cocido que oficiaría de cena. Esos hombres y mujeres, pero sobre todo los hombres, comían con la mirada fija en el plato, y yo no entendía porqué no sonreían con lo rico que estaba todo.
Mandarinas
En el año 2000 el país volvió a estallar. Si alguien leyendo esto no vive en Argentina, les cuento muy resumidamente que cada diez años nuestra ciclo-economía estalla debido a las políticas macro económicas que dictan las decisiones de unos micro humanos, dejando tras de ella tendales de caos, hambre y exclusión.
Cuando eso sucedió, la indemnización de mi papá quedó atrapada en “el corralito”, una medida económica por la que el Estado decidió apropiarse de los ahorros de los argentinos.
Sin posibilidad alguna de accionar debido al contexto país y su falta de contactos, el viejo se deprimió, no pudo gestionar esa depresión, enfermó y murió algunos años después sumido en una tristeza inconmensurable.
Mi mamá y yo salimos a trabajar, buscando que mi hermano que también quería hacerlo lo postergue hasta terminar el secundario, y ahí, como muchísimas otras personas, entendí lo que era que la crisis de los diarios y la tele afectara directamente a tu familia.
Durante un tiempo mi papá se negó a comer porque “el no ponía el plato de comida en la mesa”. Al llegar la comida, clavaba su vista en el plato y lo alejaba con la mano derecha. Ahí entendí porqué los padres de los gurises de la Escuela 39 no podían alzar la mirada ni estar contentos por el guiso. Había algo que se llamaba dignidad, y a los hombres se les jugaba, en parte, por ser proveedores del sustento de su familia.
Jamás me voy a olvidar el día que fuimos al supermercado y el tipo que me había brindado todo lo que estaba a su alcance, que siempre me había comprado útiles y zapatillas, alimentos, otorgado salud y garantizado que se cumplan mis derechos de hija, me preguntó si “podíamos llevar mandarinas”, esperando mi respuesta con una bolsa en la mano, porque la taba se había dado vuelta y era su “nena” de 20 años la que pagaría “el lujo”.
En ese momento aprendí que la pobreza era no poder comer galletitas de peces azucarados, tener que comer en el colegio y no poder comprar mandarinas. (Que si bien alguien dice que son “caramelos de la naturaleza” al día de hoy no puedo siquiera oler. Así y todo prometo que el día que Multipolar tenga una sede, plantaré un mandarinero al que llamaré “El Gordo” en memoria de mi papá.)
Fundación Multipolar
Como mencioné en la bajada de este news, dicen que las historias se comprenden uniendo puntos hacia atrás. O al menos lo dice este video que si, es de una conferencia de Steve Jobs pero sirve al objetivo y soy pragmática.
En la edición anterior les conté que lo que hoy es una opción de vida comenzó siendo acciones concretas de “caridad” (si, todxs pasamos por ahí), para pasar a ser “voluntariados esporádicos”, para evolucionar en voluntariados más comprometidos que derivaron en trabajos temporales para terminar siendo un trabajo que hoy se convirtió en una opción. Una opción que soñamos e iniciamos hace 6 años con mi compañero, Nahuel.
Esa opción se llama Fundación Multipolar y es una organización que brinda apoyos a personas en situación de extrema pobreza, con foco en situación de calle, para que puedan agenciarse un buen vivir al conseguir trabajo digno.
Hoy Multipolar opera en dos ciudades de Argentina: Buenos Aires y Gualeguaychú, sueña y acciona para expandir su metodología al mundo, y cuenta con un equipo de 86 personas rentadas y varias decenas de voluntarixs sumamente comprometidxs, cada unx desde su lugar.
Parte del equipo de Multipolar
Pero hoy no voy a adentrarme demasiado en la Fundación (lo dejo para otra edición), sino en los puntos que hicieron que Multi sea lo que es.
Creo que haberme enterado a los tres años que había amigos del jardín que no podían comer galletitas como yo, y que yo era muy afortunada de acceder a ellas en mi casa, me ofreció desde muy temprano unos anteojos con los que ver la vida: No todos tenemos lo mismo, y el que tiene un poquito más, comparte.
También la validación por parte de mi vieja de la decisión de no abalanzarme sobre las galletitas me sentó una perspectiva para la vida: Yo no compito ni juego carreras contra nadie. Creo firmemente en que existe otra manera de conseguir las cosas. Aunque haya que esperar unas horas más para comer, lo sigo eligiendo.
Por otro lado, haber conocido desde chica que la vergüenza que genera en una persona la falta de trabajo es vivida como indignidad. Y aunque hoy creo que la dignidad es una condición que tenemos por ser humanos y no por ser trabajadores, no soy nadie para invalidar el sentimiento de una persona que no logra levantar la mirada del piso porque no puede llevar el pan a su mesa. Cuando esa persona fue mi papá, aprendí mucho sobre cómo respetar los silencios y cómo abordar esas miradas clavadas en la baldosa. Y si bien no es algo que pueda enseñarse sino transmitirse, es uno de los pilares fundamentales sobre los que se construyó la metodología de Multipolar: A la persona con sus derechos vulnerados se la respeta. En sus sentimientos, visiones y percepciones. Porque son individuales y particularísimas y lo único que podemos hacer quienes operamos desde un privilegio, es acompañar.
Así que en Multipolar no existe “si lo crees lo creas” “puedes lograr todo lo que te propongas” o “agradecé que estás vivo y seguí adelante, campeón”.
Y creo que es algo que las personas que utilizan nuestros servicios nos agradecen, y por lo que nos eligen: “Acá me siento respetado/a”.
Por último, en Multipolar no le fijamos el destino a las personas. No le trasladamos nuestras expectativas de clase media. No les prometemos un futuro de progreso ni una entrada a la ruedita del hamster del consumo de la que están tan lejos porque se cayeron y rodaron o a la que tal vez nunca llegaron a subir.
En Multipolar proponemos un camino hacia la autonomía (gracias Agostina Ciampa por todo lo que nos enseñaste al respecto!) en que las personas se encuentren o re-encuentren con sus capacidades y habilidades para agenciarse una vida que les haga bien a ellos/as y a su entorno. Que tal vez no pase por una carrera universitaria -o si- y en el que se respeta sin con el primer jornal ganado se quieren pagar una semana de hotel o desean unas zapas nuevas. Como mi papá necesitaba mandarinas.
En Multipolar, el deseo, juega. Porque las personas pobres también desean.
Y esa autonomía que se busca, es comunitaria: Porque nadie se salva sólo, nadie salva a nadie, sino que nos salvamos en los logros de la comunidad.
De esta manera, cierro el concepto de cómo diferentes hitos de mi vida, me trajeron a lo que hoy soy, y a que Multipolar sea lo que es. Todo pasa por algo, sólo hay que esperar para conectar los puntos!
Y volviendo a la comunidad: Tremenda sorpresa saber que en una semana 67 personas decidieron leer estas palabras!!! Muchas pero muchas gracias!
Si alguien aún no se suscribió y desea hacerlo, puede desde aquí:
Creo que por esta vez, quedo por acá.
Les agradezco mucho estar del otro lado. Estoy abierta a comentarios, emails o lo que deseen.
Abrazo gigante y paz en sus corazones,
Male
H2