“Vos querés salvar vidas”, me dijo. "Vos, y todos los que estudian lo que vos, incluso los que trabajan en lo que trabajás vos, lo hacen porque quieren salvar vidas. Dale”.
Aún me falta mucha terapia para poder escuchar esa frase y que no me hierva la sangre. Seguramente, se supone, con lo nada que entiendo de psicología, que si me molesta tanto que me digan que quiero salvar vidas es porque seguramente en el fondo de mi inconsciente quiera hacerlo. Pero bueno, como me falta mucha terapia, realmente no me reconozco en esa frase.
Antes de seguir debo hacer una confesión. Tengo que salir del closet. Porque sino, no se va a entender. Lo voy a hacer rapidito, no le voy a dar demasiado lugar en esta hoja en blanco, pero quiero ser valiente y asumirlo en público. Ahí va:
Estudio Medicina.
Listo. Lo dije. Ahora se entiende la afirmación anterior.
No sólo trabajo con pobres y “los saco de la calle” (sic) sino que también estudio Medicina.
¿Cómo no voy a querer salvar vidas?
Hay una canción con ese nombre. Es de The Fray. Debe ser una de las 10 canciones en inglés que reconozco. Siempre me pareció que jamás sería lo suficientemente cool o sofisticada si no lograba un genuino gusto por las canciones en inglés. Luego asumí, que no lo sería, como tantas otras cosas, porque reconozco muy, muy pocas. La cuestión es que desde la primera vez que escuché “How to save a life” en un capítulo de Grey´s Anatomy, no pude sacarla de mi vida.
Tengo una relación profunda con la música. O con esa parte de la música que me llama. Hace años me animé a decir -y escribir- que muchas veces sentía que podía “vivir y morir en una canción”. Cuando una canción me permite entrar en ese estado, siento como si hiperventilara y mucho mucho más oxígeno entrara a cada célula de mi cuerpo. Solo que en cambio de hacerme mal, me llena de una cosa hermosa que no se cómo definir.
Durante años, mirar Grey´s Anatomy fue la única forma que encontraba de llorar. No pasaba siempre pero si algunas veces y eso ya era ganancia. Entonces ponía Grey´s porque amaba la serie, pero también, porque con suerte me permitiría llorar.
Recuerdo el capítulo llamado “The Cast” en que no se qué flashó Shonda pero fue como una comedia musical. En medio de la serie distintas escenas eran cantadas. Jamás me gustaron tanta canciones al mismo tiempo. Así descubrí “Breathe (2AM)”, “Chasing cars”, “The story” y “How to…” Por ende, como quien conoce una canción y no a la banda, yo conocí How to Save a Life interpretada en mi serie favorita de todos los tiempos, mientras los protagonistas hacían una cirugía, sacaban a un bebé de una Callie al borde de la muerte y todo era tan telenovelesco como era posible. Al día de hoy no puedo ver ese video sin que se me paren todos los pelos, vaya a saber una porqué.
La cuestión es que si, hace demasiados años soñaba con ser médica, lo descubrí acompañando a mi papá de hospital en hospital por su enfermedad pero lo fui dejando pasar. Primero porque ya había elegido -mal- una carrera y me obligué a terminarla. Después porque pensé que no iba a poder con la matemática, química y esas del CBC. Y finalmente porque conocí a un chico con el que formé una familia que me dijo algo así como “medicina o yo” y en ese momento no me había pasado una revolución feminista por encima… ni tenía amigas que me ayudaran a ver las cosas de otra manera.
En 2021 terminé diciendo “Medicina” porque quiero ser Psiquiatra. Y si bien puedo emocionarme y vibrar cuando veo el hiperexagerado video que linkeé recién, ni una sóla vez me imagino como cirujana, con la responsabilidad the ser who saves a life.
Yo estudio Medicina para ser psiquiatra.
No se si voy a lograrlo.
No se si me voy a recibir. (Por eso -también- no me animaba a contarlo)
Pero cada vez que me imagino ejerciendo, en esa imagen que se viene a mi mente, estamos un otro y yo, hablando.
El otro día alguien que amo se animó a pedir ayuda, fue a su primera sesión con un futuro colega y le esperé en la puerta al salir. Cuando lo hizo vi a un señor de mirada pacífica y sonrisa grande que despedía a la persona a quien yo esperaba. Luego de -mucho, mucho tiempo, esta persona sonreía también.
-Tengo esperanza- me dijo. Y le abracé fuerte.
Y a diferencia de muchos de mis compañeros que no ven la hora de “cortar” porque serán cirujanos, en ese momento, yo solamente pensé: Ojalá algún día yo pueda ser cómo ese profesional.
Porque creo que es así concibo concibo la “ayuda”:
Brindar un apoyo a alguien para que pueda ayudarse.
Me siento mucho más cómoda con la idea de generar instancias en que la persona recupere o estabilice su salud mental y así pueda sanar en tantas otras áreas de su vida que pensando en tener el duodeno perforado de alguien en mis manos y que todo dependa de mi.
Y me resulta coherente con otros aspectos de mi vida. Como por ejemplo, con mi pasión llevaba a trabajo a través de Multipolar.
Llegó el invierno, aunque sea otoño. Por “llegó el invierno” me refiero a que llegó el frío en Argentina. Todos los años, cuando eso sucede, comienza la temporada alta de visibilización de mi trabajo con personas en situación de calle.
Gente la pasa mal cada día y sobre todo cada noche y puedo hacer algo muy cercano a nada.
El sistema global está roto y la actual situación socio-política de Argentina -que viene en picada hace años pero recrudeció desde el último diciembre- se resquebraja a cada momento.
En Multipolar, cuando tenemos meses buenos, 20 o 30 personas en situación de calle presentan “mejorías” que permitan que nuestros indicadores afirmen que “mejoraron sus condiciones de vida” de alguna manera. Y no siempre tenemos meses buenos.
Mientras tanto, día a día, el sistema escupe miseria y crueldad y con ella, expulsa a personas como vos y como yo a la calle. Porque no se cuánto hace que no caminás por el centro de Buenos Aires, pero si, hoy hay trabajadores y trabajadores en las calles.
Entonces yo puedo decir, porque lo creo, que “si uno que sale es un montón” o que “para ese uno, es importante”. Pero la realidad es que día a día hay más personas que revuelven basureros, que arrastran carros con pesos incomprensibles como única forma de trabajo habilitada y posible o que se guarecen debajo de lo que pueden, o de nada, porque no tienen otro lugar dónde dormir.
Y si quisiera salvarles la vida, estaría realmente jodida.
¿Qué me queda entonces? Vengo hace tiempo en esa indagación profunda. Este newsletter salió bastante introspectivo, por tanto no es raro compartir lo que me ronda por la cabeza y se me escurre por los dedos.
Me vengo haciendo la pregunta por el sentido de “lo real”en mi vida y estuve leyendo que parece haber como un mood en esta red y otras, de personas que leo y no conozco que vienen cuestionándose algo similar: Qué es real en sus vidas, por dónde pasa todo lo que no pasa por las redes sociales, y si existe su trabajo si no aparece en redes sociales.
Lo interpreto como mucha gente “pegando la vuelta”.
Creo que son personas que empezaron a escribir y pudieron por un tiempo intentar vivir de ello. Al hacerlo fueron cambiando -entiendo- el formato de su “arte” o “inspiración” a “contenido” y hoy lo están re-evaluando -o directamente soltando- porque se sienten atadas a por obligación lo que antes hacían por placer.
En mi caso, observé mucho esa propuesta por meses, sentí esa y otras tentaciones de cerca, pero dejé pasar el tren porque tuve miedo de quitarle a la escritura -también- el sentido liberador que representa en mi vida.
Digo también porque en algún momento me vinculé con el desafío de la situación de calle como una opción que me entusiasmaba. Fue mi voluntariado, mi pasión, mi servicio, mi vocación, mi proyecto -uno que casi me come la vida- y hoy, sin dejar de sentir que es mi vocación apasionada, es mi trabajo.
Un trabajo que amo pero que me demanda. Y más de mayo a septiembre.
Con el que sueño pero que a veces me causa pesadillas.
Por el que “soy admirada” pero por el que también genero rechazo y alejamiento en aquellas personas que sienten vergüenza porque “vos hacés tanto mientras que yo… inserte su elección acá ———————-”.
Que es serio, comprometido, profesional y juzgado como “excelente” pero, lo suficiente, como para que no entre en la categoría “solidaridad consumible” y sea mainstream genere reconocimiento público y nos habilite los recursos que necesitamos.
Pero es real.
Increíblemente real.
Como la sensación de gloria cuando alguno de los muchachos consigue trabajo real. El éxtasis cuando lograr alquilar y juntamos frazadas, ollas y sartenes reales porque hay que llenar ese espacio. El abrazo real que se siente apretado cuando una persona real se suelta y ya no teme el puntazo por la espalda. Las lágrimas reales que dibujan rostros reales, siempre marrones, cuando reconectan con la familia.
Y tal vez por eso no cabe en las historias de 30 segundos. (O tal vez sólo no logramos, aún, la síntesis perfecta para que quepa).
Así que no, no salvo vidas. O capaz sólo la mía al agarrarme, en medio de todo este caos, de estas, mis pasiones reales para sobrellevar la tormenta.
Ojalá puedan reconocer lo real en sus vidas y que eso sea para ustedes su lugar tranquilo. Porque sólo desde ahí, arraigaditos y seguros, podemos sembrar intentos de amabilidad que hagan de este mundo un lugar un poco más calmo.
Abrazo grande, paz en sus corazones.
Male
H2
P.D: Sólo hoy, investigando un poco más para este newsletter, me enteré que la canción a la que hago referencia versa sobre lo que siente una persona que acompaña a adictos en su recuperación… con escaso y esporádico éxito. Vaya sincronía.