0.3 El deseo del buen pobre y la trampa anghelada
Este es el exacto newsletter en el que capaz empieces a detestarme.
Romina me pidió una reunión en la que estarían ella y otra voluntaria: Ambas de la primera camada, dos de las más comprometidas hasta el momento. Ellas habían conocido Multipolar por mis escritos en LinkedIn, y luego de escuchar la propuesta a la que podían sumarse en aquel momento, decidieron que querían hacerlo.
Ambas vivían lejos del lugar donde fhacíamos las actividades en aquel momento e hicieron el enorme esfuerzo de viajar cada sábado a la mañana a brindar su tiempo, profesionalismo, empatía y saberes a un camino de voluntariado que -por lo incipiente del trabajo de Multipolar con personas en situación de calle- aún no estaba del todo moldeado. Sabían que se sumaban a construir.
Todo es estafa y decepción
El día que me pidieron la reunión ya habíamos sufrido varias fracturas, así que un poco me la veía venir. Estábamos en plena pandemia y tuve que hacer mucho esfuerzo para conectarme a ese zoom. Había dormido cuatro horas, lo que calificaba a ese noche como “buena”, pero me sentía tremendamente agotada y esas conversaciones me generaban dolor de estómago.
La reunión era para lo esperado: Anunciar que dejarían de ser voluntarias. Pero lo que me sorprendió fue el porqué.
Romina comenzó a hablar, a explicar que ya no nos acompañaría, estaba bastante angustiada pero también estaba enojada.
“Me sentí estafada”, dijo.
La afirmación me sorprendió.
¿Estafada? ¿Cómo estafada? Me preguntaba mientras veía que Antonella afirmaba con la cabeza en otro cuadradito del zoom.
Si, estafada prosiguió segura: Yo vine acá para ayudar gente. Y la gente con la que me pusieron a trabajar no se puede ayudar. Están demasiado mal. Están demasiado metidos en la droga. Siento que perdí mi tiempo. Que me estafaron diciendo que podía ayudar a gente que no podía ayudar. Siento que perdí mi tiempo.
Sus palabras me abofetearon de sorpresa como cuando alguien te zampa una cachetada que no esperás. La cachetada me causó eso: Sorpresa. Pero a la vez, sentí como si algo filoso me rasgara una partecita del corazón dejándome un corte finito -como cuando te cortás el borde de los dedos con papel- que me provocaba muchísimo dolor en forma de ardor.
Aún no me recuperaba del knock out técnico y Antonella anunció su parte: Ella no se sentía estafada sino decepcionada.
Decepcionada de mi. Pues claro mi ciela, todo puede siempre ponerse peor.
He aquí la contextualización de su decepción:
Cuando comenzó la pandemia, Multipolar fue convocado para trabajar brindando asistencia en los paradores dónde se ofrecería aislamiento a personas en situación de calle, dado que cuando a las personas con oportunidades nos dijeron “quedate en casa”, con las personas en situación de calle pasó lo siguiente:
Dibujo: Nico Ilustraciones
Para cumplir ese objetivo, tuve que armar un equipo con personas que pudieran trabajar seis días a la semana, seis horas, que plata acepten poca y miedo nunca hayan tenido y que no tuvieran factores de riesgo ellas ni sus convivientes, dado que si nos contagiábamos (que era muy probable y sucedió) debíamos evitar el riesgo de muerte de las personas que tenían menos defensas.
En ese momento, no convoqué a Antonella: Primero, porque tenía un trabajo full time y segundo, porque su esposo tenía factores de riesgo.
Y eso la terminó de decepcionar. Ella esperaba que aunque sea “la llame, se lo ofrezca, tenga el gesto.” Y yo, en ese momento de urgencia y emergencia, no pude pensarlo. Ni siquiera se me ocurrió. El apuro era tal, que sólamente pensé en las personas que podían llegar a decir que si, porque tenía que conseguir veinte roles con esas características en doce horas. No tuve la sensibilidad de hacer llamados por cortesía. Y parece que eso rasguñó el corazón a Anto tanto como las palabras de Romina a mi.
Cuando apenas terminaba de procesar esa situación, pensé:
Pero pará. Ella dijo que eso la “terminó” de decepcionar. ¿Cómo la “terminó? ¿Cuándo había empezado esa decepción?
Y como yo los gustos me los doy en vida, se lo pregunté y esta fue su respuesta:
“La Malena que leía en LinkedIn, y la Malena que conocí al comienzo eran otra cosa. Esa Malena era optimista. Era alegre. Veía “el bien” en todas partes. Sonreía más. Hoy en día la Malena que conozco está siempre apurada. Angustiada. Y aparte me hace sentir mal. Porque siempre que la llamo está “en una épica”, salvando el mundo. Y yo capaz estoy acá, en el aislamiento, haciéndome un asado, y me siento culpable. Eso me decepcionó”.
En ese momento, y por mucho tiempo, no tuve respuestas a sus válidos planteos. Solamente agradecí el tiempo brindado a Multipolar, la calidad del mismo, el compromiso, y les deseé que siempre les vaya bien. Poco podrán ellas imaginarse lo mucho que sus palabras me afectaron. Poco podrán imaginarse el agradecimiento que tengo a las mismas por lo mucho que me permitieron reflexionar.
El buen pobre: Solidaridad y confusión
Mucho tiempo después, muchísima reflexión después, pero sobre todo TONELES de acompañamientos diversos después, logré una interpretación de lo qué había pasado. Como toda interpretación, es propia, producto de MI lectura, mi conclusión personalísima, nada que tenga que ver con lo que ellas sintieron.
Esto es lo que yo pude aprender, tanto en esta charla como en el intercambio de cientos de mensajes con muchas personas que se acercan a mi o a Multipolar queriendo "“ayudar”.
La “solidaridad” es hermosa. Según su etimología, el término proviene de “sólido” lo que remite a “firme”, “compacto”. Creo que los desafíos de pensarla parten de ahí.
En un “acto solidario”, lo queramos o no, hay roles bastante prefijados.
Imaginemos un acto solidario entre una persona con oportunidades y otra en situación de pobreza o extrema pobreza:
Hay una persona en situación de dar, o dador, y una persona que recibirá lo que el primero tiene para dar. Hasta ahí estamos claros.
Pero luego, viene el primer matiz:
El dador sabe cómo quiere sentirse al dar.
Sabe, si, principalmente, que quiere hacer “algo por el otro”.
Pero también sabe, se imagina cómo ese acto va a impactar, cómo se va a sentir al hacerlo, y crea en su cabeza una imagen sobre cómo “el buen pobre” va a reaccionar. O cómo esperaría que reaccione.
Les puedo jurar que esto no es un juicio sobre las formas en que las personas expresan su solidaridad.
Pero realmente, muchos de los desacuerdos surgen cuando uno no asume que espera algo de esa acción solidaria, y que si ese algo no se da, genera en uno sensaciones.
Muchísimas veces he escuchado frases sinceras -por suerte sinceras, de esas que generan conversaciones que construyen- como “No reaccionó como esperaba”, “esperaba que le guste más” (quién dijo que no le gustó?) “esperaba más emoción” (por qué emoción tiene que ser llorar?) “ni siquiera me dijo gracias”.
Eso demuestra que claramente todos esperamos algo al dar. Que eso es “normal” y que no somos malas personas por eso.
Capaz la vuelta que hay que darle es asumir que tal vez, lo que esperamos y lo que recibimos no sea lo mismo, porque media esa entrega una condición de alteridad. La alteridad es la condición de saber que el otro es eso: Un otro. Diferente a nosotros. Y que es muy probable que no reciba las cosas exactamente igual a como nosotros las recibimos, o a cómo las damos. Y mucho menos, si no le preguntamos anteriormente que necesitaba.
“El buen pobre” sonríe. “El buen pobre” se emociona al recibir la donación. “El buen pobre” quiere laburar para salir adelante, entonces acepta cualquier trabajo, le paguen lo que le paguen, porque “el trabajo dignifica” (permitirías que tu hijo haga ese trabajo por ese dinero?). “El buen pobre” camina lo necesario para llegar a hacer la changa. “El buen pobre” acepta la changa a pesar de que lo que cobra apenas le sirva para cubrir el pasaje ida y vuelta y un paquete de arroz, pero ni siquiera la sal, el aceite o la plata para pagar la garrafa y cocinarlo. “El buen pobre” sale sonriente en el video para el spot institucional agradeciendo lo que sea. “El buen pobre” acepta sacarse la selfie con el regalito que le mandó tu hijo para que puedas mostrarle que hay niños que tienen menos que el y no se queje tanto. “El buen pobre” acepta que el regalo de navidad de su hija sea un gusanito hecho con tapitas de gaseosa por el hijo de alguien con oportunidades, a pesar de que ambos quieren el mismo juguete nuevo que vieron en la tele.
Por eso Romina se sintió estafada:
El proceso de voluntariado en Multipolar la acercó a personas con autonomía. Personas que iban a reaccionar, a su acto solidario como podían o cómo querían, o capaz ni reaccionaran, a pesar de la necesidad de resultados de Ro. Porque si, muchas veces estaban en consumo. Porque si, en ese momento no abordábamos la adicción profesionalmente por falta de conocimiento. Pero básicamente porque eran humanas, no un objeto con satisfacción garantizada o le devolvemos el tiempo invertido. Porque las personas “salen” de la situación de calle si es su momento. Si pueden tomar las herramientas. Si un montón de cosas se alinean en una conjunción tan complicada como hermosa cuando sucede.
Estafada, tal vez, te sentís, cuando te vendieron un producto que no era el que te habían presentado. Así te vinculás con un objeto. Pero con las personas, en cambio, media la autonomía, y gracias a Yevús que lo hace.
Entonces siempre que nos acerquemos a un voluntariado o acción solidaria con expectativas sobre cómo debe sentirse o comportarse una persona que cuenta con autonomía, tenderemos a sentirnos decepcionadas. O en lenguaje mercantil, “estafadas”.
El complejo Belén Fraga
Para quienes viven en Argentina y tienen más o menos entre treinta y cuarenta, sabrán de quién hablo. Belén Fraga era la Directora del “Hogar Rincón de Luz”, donde vivían las “Chiquititas”, huérfanas protagonistas del programa emblemático de Cris Morena durante los noventa, que marcó muchísimo la infancia y adolescencia de una generación. En muchas cosas, pero también un poco en esto: El imaginario de la buena lider, dirigente, directora o -ponga su cargo acá- que realiza “acciones solidarias”.
Belén era dulce. Hermosa. Compasiva. Empática. Sonriente: Sobre todo sonriente. (Cualquier parecido con lo que exige el patriarcado a cualquier mujer es pura coincidencia).
Como una especie de Mary Poppins del subdesarrollo, Belén respondía a demandas como “Mis papás se fueron lejos se olvidaron que nací” con una canción tan pegadiza que hacía que todo se olvide. (?).
Belén cantada. Bailaba. Cocinaba. Era buena, buena, muy buena. Siempre buena. No se cansaba. No tenía mis ojeras de mapache. No decía “maldita falopa” como puteo cuando un pibe recae.
Bueno, amigxs. Belén Fraga nos cagó la vida al resto de las mujeres que trabajamos en algo “solidario” (que no es tal, pero para que se entienda) o que nos incluye más que a nosotras.
Porque de ahí surge lo que lastimó a Antonella: Así como existe el deseo de “el buen pobre” también existe la necesidad de “la buena activista” o la activista Belén Fraga. Y yo no ocupé ese rol ni por asomo.
Como el “buen pobre” debe aceptar lo que sea y no lo que necesita, porque total viene “donado” o “regalado”, la buena activista debe estar llena de amor, de sonrisas, de esperanzas, de abrazos. Y cuando no sonrie suficiente, o las personas no desean ser abrazadas, o tiene esperanza pero es pragmática y concreta o está absolutamente agotada y por eso no transmite la suficiente alegría y motivación, decepciona. Nuevamente: Ponemos en las personas, en los roles o las actividades un montón de carga que es propia y estereotipada.
Y aquí viene otro estereotipo “yo te llamo, vos estás salvando al mundo y yo me estoy haciendo un asado”: Pues ¡Qué suerte, Anto!.
La verdad, es que quienes elegimos este tipo de trabajo y tenemos -o intentamos y trabajamos mucho- en tener nuestro ego bien controlado, no creemos que salvamos el mundo. Ni que “rescatamos gente” (a no ser que se sea rescatista).
Tampoco estamos en “una épica”: Épica es la película Gladiador. Ese si que está en una épica y yo les juro que de Russell Crowe no tengo nada y cuanto más lejos de los golpes, mejor.
Pero para llegar a esta conclusión tuve que desgajar el matete que me dejó en la cabeza la renuncia de Romi y Anto, haciendo un GRAN trabajo interno. Preguntarme. Ser crítica con los discursos institucionales que molestan. Revisar mis palabras y mi narrativa. Seguir trabajándome. Concientizar qué quería transmitir sobre el trabajo que realizaba. Ordenarlo mucho para ser acertada en mis expresiones.
Para recién después, si, lograr expresar:
Que puedo no soy ni me siento mejor por trabajar en lo que trabajo.
Que al hacerlo realmente, obtengo más de lo que doy y mirá que doy mucho.
Que si, seguro esté rota (¿quién no?) para que esta sea mi vocación y por eso ame lo que hago (lo que no quiere decir que ame que haya personas en situación de calle). Lo que amo es la posibilidad de incidencia que mis elecciones me dan.
Y que puedo hacerme cargo de muchísimas cosas, menos de lo que esto “espeja” en mucha gente.
Angelhada
Hace poco tenía una conversación por chat con Seba Wilhelm, un publicista grosísimo que hace unos años se comprometió mucho con Multipolar. Pensando en el posible trabajo en conjunto para este año, y reflexionando siempre sobre las construcciones de sentido, los mensajes, las imágenes, me dijo que le parecía importante que no me pusieran en el lugar de “Ángel”. Porque si hay algo que Seba sabe, es que ningún lugar me queda más lejano que ese.
Escribí este subtítulo de esa manera porque “Ángel” y “Hada” son dos de las palabras que más se usan para describir el trabajo de muchas mujeres que nos dedicamos a temáticas sociales. Medio que volvemos a la pre-historia de Cenicienta, o a la ya mentada Belén Fraga.
Lo primero que no me gusta de este mote, saliendo de que es falaz, es la connotación mágico-instantánea. Mágica porque “tocás a alguien con la varita y le cambiás la vida” e instantánea porque se supone que pasa de un momento para el otro. Yo no toco a nadie, menos con una varita, y como mucho Multipolar brinda herramientas que las personas que pueden, quieren y deciden toman para cambiar ellas mismas su propia vida.
Lo segundo es que las hadas y los ángeles suelen ser personajes solitarios, y mi trabajo es 100% comunitario. Somos un equipazo. Un HERMOSO equipo, comprometido, interdisciplinario y profesional. Las personas que se acercan a Multi reciben apoyo de terapistas ocupacionales, psicólogxs, coaches, voluntarixs de recursos humanos, operadores sociales, educadores… En todo caso, si vamos a ser hadxs, somos un sindicato de ellxs!
Y por último, lo que menos me agrada, es que en esas afirmaciones se borra totalmente la capacidad de agencia de las personas. Porque nosotrxs podemos brindar herramientas, pero quienes deciden tomarlas y hacer el trabajo, que suele ser duro y por lo general dolorosísimo, son quienes día a día se levantan después de haber dormido en la calle y encuentran la manera de llegarse a Multipolar a poner todo de ellxs para aprovechar la oportunidad.
Así que no hay tales buenos pobres, ni ángeles hadosos en la transformación personal y social. Habemos seres humanos, haciendo lo que podemos en comunidad.
Para que no todo sea corchazo
Andan siendo momentos difíciles, gente. Creo que es a nivel planetario, creo que es la post-pandemia, mezclado con la crisis climática, las crisis personales derivadas de ello, y coso. Por sobre todo coso.
Se que muchos y muchas la están pasando fulero, y que cuesta encontrar en el mundo ese rincón tranquilo.
Por eso, vaya en este news mi apapacho a quienes están transitando una jodida (Fuerza Gonza!)
mi agradecimiento a todo el equipo de Multipolar que tanto banca
y mi abrazo más especial y mi promesa de reciprocidad a aquellxs que me contienen y sostienen desde lugares que se resignifican cada día haciéndome sentir más viva.
Abrazo grande y mi deseo genuino de que no sean pobres buenos que buscan buenos pobres!
Male
H2
El tema de no regocijarse o esperar algo devuelta cuando uno da, es algo que se trata en el Budismo. Como verás, es algo prácticamente religioso el poder sobreponerse a que eso no vuelva.
Muy bueno lo escrito.
Ay Male, me imagino por lo que pasaste... y también me imagino a las ex voluntarias, he visto esa reacción y yo también he tenido ese sentimiento de decepción (y descubrimiento) de que la felicidad es por ayudar y no alimentar el ego.
En un voluntariado "menos duro" por decirlo de alguna manera también esta el efecto Belén Fraga, años después me estas ayudando a entender dinámicas donde he caído para edulcorar ciertas realidades "y que el voluntario no se desmotive "
Me dejaste pensando, como siempre... gracias por tanto ♡