09. Ver aunque duela
Crónica de un jueves a las 21:52 pm donde el día costó más que de lo de costumbre.
Salgo de la oficina de Multipolar y camino hacia casa. Hoy entré a las 11 am, por lo que llevo ya 10 horas de trabajo. En su propia oficina me espera Laura, que no es de Multi pero es como si lo fuera, que entró a las 7:30 y le sigue dando. Esos metros que camino a casa son el ratito entre laburo en oficina y seguirla en mi hogar, porque hoy no hay chance de cortarla al llegar. Fue un día en el que por mucho que ame lo que hago, las cosas resultaron complejas.
Entonces pienso. Pienso en el presupuesto. En los alimentos que vi en la mesada de la cocina de la oficina que ya se van agotando. En el señor en situación de calle con el que charlé hoy, que por un ACV perdió el habla y al recuperarla de a poquito no logra encontrar las palabras para transmitirnos su historia ni porqué está en la calle. En el viaje a México de la próxima semana para el que no consigo lo que me falta para que no me mate la espalda. En el Tetris de faltas que haré con la facu para no quedar libre. En los 39 honorarios que mañana se terminan de abonar y en las cuentas mentales con las que vivo soñando para pagar los próximos.
Entonces lo veo: Tendrá unos veintitantos años, o unos diez y algo de extrema pobreza que le hacen parecer más. Morocho, muy morocho y flaquito. Está en cuclillas, apostado frente al container verde de basura y revisa bolsas de residuos negras. Bolsas que se nota que alguien ya abrió y dejó en el piso entonces esperanzado busca entre los pedazos de basura -que puede ser la mía porque está en la puerta del edificio en que vivo- algo que no distingo qué es.
"Estará volqueteando", pienso, mientras miro. Como volqueteaba el Chapa antes de lograr salir de la calle gracias a su voluntad y la mano de Multipolar. "Volquetear" es poner un fierrito entre la tapa del container y la estructura, para poder ingresar al mismo y buscar cosas vendibles.
Pero este muchacho no tiene fierrito, lo que demuestra que hace poco hace esto, y no está volqueteando.
De repente en medio de la revuelta, encuentra algo, lo mira un poco y se lo lleva directamente a la boca.
Ese muchacho, esa persona, esa humanidad, está comiendo de la basura exactamente enfrente al departamento al que debo entrar para seguir trabajando. Y yo lo miro y esta vez, no puedo hacer nada.
Él sigue buscando. Y sigue comiendo.
Separa cosas y come otras.
En cuclillas. Agachado entre el volquete y el cordón de la vereda.
Yo lo veo pero el no. Avanzo hasta la puerta de vidrio que me hace entrar a mi espacio.
Elijo pararme y mirar, aunque duela. Aunque hoy no pueda hacer nada.
Porque no quiero olvidarme de aquello por lo que lucho. Y porque quiero recargar -aunque sea a base de bronca e impotencia- el amor y la fuerza que necesito para seguir haciéndolo.
Para responderle a quien me pregunte que esta vez no puedo ayudarlo porque los Multipolares están todos en su merecido descanso. Porque aún no hay financiamiento para turno noche. Porque seguimos sin conseguir un espacio físico para poner la sede que necesitamos, que tenga guardia nocturna. Y que no podemos hacer logística de alimentos porque la mayoría de las empresas cuyas áreas de marketing le dan autos a influencers le impiden a sus áreas de CSR o Sustentabilidad tener autos para prestar a ONGs.
Olvidarme que nadie me pregunta cuán bien hago mi trabajo, sino cuántos premios gané o si salí en "La Cruda" o algún nuevo podcast exitoso porque hoy esa es la medida del éxito. Olvidarme que hay hambre, que el hambre chilla en las panzas de quienes intentan formarse en Multipolar para seguir adelante, que el hambre es una vergüenza pero no hay respuesta estatal ni ahora ni en los últimos meses como para que no acusen este descargo de partidario. Y que ese hambre no se soluciona con post its, conferencias donde comamos masitas en hoteles cinco estrellas hablando de la pobreza ni invirtiendo las jornadas de team building en que los trabajadores vayan vestidos en pijama a la oficina.
Quiero olvidarme de eso, porque no quiero hacerlo de lo importante. Difícil igual, porque ya me entró la piña de la angustia en el estómago.
Serena ladra para que abra la puerta. Entramos. Le doy de comer.
Prendo la compu. Laura ya está conectada. Lo sigo intentando.
Male
H2
Foto de Hermes Rivera en Unsplash
Muchas gracias por tus palabras y por compartirlo, Interlidios! No manejo bien Substack aún, no había visto este mensajes.
Hola. De vuelta por acá. Algo me interpela, evidentemente. El otro día me preguntaste cómo estaba. Algo te respondí. Pero también quedó algo flotando en lo no dicho. No porque no deseara decirlo, sino porque no sabía qué era. Ahora, quizás, lo tengo más en claro. Hace años escribí algo así como un poema a partir de una persona que revolvía la basura. Yo era joven y medio estúpido, como lo somos muchos cuando tenemos al menos la excusa de la juventud. Recuerdo que lo que me impactó era que esa(s) persona(s) vestía(n) como podría haber vestido yo. Fue la relación en espejo la que me impactó. Pedazo de cretino... Cretino involuntario, pero cretino al fin, en ese momento no entendí que el verdadero problema estaba en aquellos a los cuales todavía no veía, o que no eran vistos, en general, más que por sus pares. Y acaso ni siquiera eso.
(Paréntesis: me detengo para buscar el maldito intento de poema en mi propio blog y no lo encuentro, lo cual me frustra enormemente; de estas cosas también estamos hechos).
Sigo. Que, aunque eso vulnere nuestro sentido común, la culpa no la tiene el gobierno, ni la tienen las instituciones, ni la tiene Magoya. Que el problema es el maldito sistema, y que además esto nos hace sentir que nosotros poco podemos hacer, porque el sistema es tan grande, y nosotros tan pequeñitos. La desilusión es formar parte de una sociedad que convierte en invisibles, cuando no en cosas a remover, a esas personas que buscan comida en un tacho de basura. ESO es lo que me hace sentir mal. Pero entonces... Pero entonces resulta que esta sociedad está hecha de vos, él, ellos, yo, nosotros, los demás... Dije yo. Entonces, por ahí la cosa comienza por casa. Un gesto, una mirada, una palabra, que quizás, vaya uno a saber, alguien copie. Y si no, al menos uno habrá hecho lo correcto.
De repente me acuerdo: hay cierto experimento social que demuestra que uno actúa en dos circunstancias: cuando se hace evidente que si uno no lo hace nadie más lo hará, y cuando aquel que se beneficia con nuestra acción es asimilable imaginariamente a uno mismo. O sea: es más fácil pagarle el boleto de colectivo a uno que podría ser yo, que darle el mismo valor del pasaje en dinero a un indigente, porque uno no se reconoce como indigente. Entonces, alcanzaría con reconocer en cada otro a un otro, tan humano como nosotros mismos. Y en cuanto a lo primero, hacer de cuenta que, si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará. Vos lo estás haciendo. Necesitamos multiplicarlo. Comenzaré a vigilarme a mí mismo más de cerca.