04. No importa cuando leas esto
Sobre la invariancia, los procesos y bancarte ser quien sos.
Hace un tiempo encontré dos amig@s nuev@s y eso me pareció un total hallazgo. Se que no tendría que ser así, que una puede hacer amig@s en cualquier momento de la vida. Pero cuando a esta altura de la mía, con mis decisiones y elecciones a cuestas me topé con -no sólo una- sino dos personas “nuevas” que me resultaron tremend@s seres humanos, con los que logré sentir que había un punto en común y con quienes se generó una confianza sincera, realmente sentí algo parecido a la emoción. Eso me pasó al encontrar a Cecilia y a Martín.
No tengo muchxs amigxs, pero los que tengo o vienen de épocas lejanas o son personas con las que comparto mi actividad y opción de vida.
El desafío, por tanto, de estos nuevos vínculos, fue que no nos conocíamos desde antes. Que no sabían nada acerca mío. Que fue como toparme con una hoja en blanco. Que podía elegir qué contar de mi.
¿Y qué vas a contar de vos, Malena?
Apalapapa. ¿Pueden creer que lo dudé?
Si señores: Lo dudé.
Yo, Malena Famá, la Reina del Arroz con Pollo en mis dos metros cuadrados de construcción, la tan segura y orgullosa de sus caminos y elecciones, la que está casada con uno-con-igual-elección-que-ella, la que decidió un día poner los dedos sobre las…teclas y sacar un newsletter sobre su opción de vida dudó si contar que no trabajaba en algo “convencional”, que tenía algunas responsabilidades, preocupaciones y angustias extras y que en estos últimos años había hipotecado gran parte de su individualidad en pos de un proyecto colectivo.
Al comienzo conocí a Martín, que cuando apenas lo conocés es un chupetín de brea de amargo, por lo cuál la conversación no fluía y no tenía que preocuparme mucho acerca de qué decir. Cuando llegó la pregunta sobre el trabajo, el tipo hacía algo grosísimo por lo que yo lo puse en el pedestal del que “salva vidas” y me sentí cómoda balbuceando que “trabajaba en una ONG”.
Luego conocí a Ceci. Ceci es una de las personas más inteligentes y agudas que me crucé en los últimos años. Si Joaquín Sabina la conociera, seguro le hubiera dedicado más de una canción, lo que jamás hubiera hecho conmigo. Desconozco si Ceci usa polleras, pero lo que si puedo afirmar es que siempre tuvo la frente muy alta y la lengua muy larga. A pesar de considerarme inteligente, aún no se me siento lista para someterme a su Aikido Verbal, pero me encanta escucharla argumentar y debatir, por lo que la respeto muchísimo.
Ambos me hacen feliz. Formamos un grupo al que si por mi fuera le pongo nombre y logotipo. Pero el simple hecho de considerarlos parte de mis días me hace la vida más feliz.
Contarme a mi
El tiempo fue pasando y por distintos motivos uno va hablando de su vida. Siempre fui esquiva a hablar con respecto a mi trabajo fuera de él. No se si les pasa, pero como entre mis muchas tareas en la Fundación ocupo el rol de vocera, mi actividad me requiere hablar. Mucho. Tanto, pero tanto que cuando estoy fuera he aprendido a darme mis tiempos sin conversar al respecto. Justo coincidió que el lugar donde interactuaba con mis nuevos amigos no me requería protagonismo, como mi quehacer, por lo que deseaba hacer durar ese símil “anonimato laboral” por la mayor cantidad de tiempo que pudiera.
Los nuevos vínculos me hicieron dar cuenta la cantidad de tiempo que hacía que me movía en círculos conocidos. No todos cómodos, pero si conocidos. Cómo en casi todos los ámbitos, era “MalenadeMultipolar”.
Para mis nuevos amigos no lo era, y eso me dio la posibilidad de elegir qué quería transmitirles. Puede sonar loco, pero me seducía mucho imaginarme si podía “transmitir” otro tipo de persona: Que no vivía en comunidad. Que no le prestaba su casa a su ONG. Que no tenía stress traumático por haber enfrentado algunas situaciones de encierro y enfrentamientos violentos entre usuarios en su trabajo. Que no tenía que ver, todos los meses, cómo conseguir el dinero para pagar los sueldos de sesenta y pico de personas.
¿Cómo quería contarme a mi?
Ponerme a imaginar todo esto, me sorprendió:
¿Si amaba mi trabajo, por qué quería esconderlo?
¿Qué me daba miedo de ser quién soy?
La mecha
Permitiéndome la reflexión al respecto me di cuenta que lo primero que me daba miedo es “de qué lado de la mecha” estarían mis compañeros. Porque para mi, no es verdad que no hay tales lados de la mecha. Yo se muy bien cuál es mi lado, pero soy de quienes pueden “hablar” sin que le hierva la sangre con quien está del otro.
En mi lado de la mecha existen las segundas oportunidades, y parte de mi labor es buscarlas y ofrecerlas. Pero muchas personas que no piensan así critican con mucha dureza esta perspectiva, y termino ocupando lugares incómodos. “Vos trabajás con las personas que me chorean”. “Vos perdés el tiempo con irrecuperables”. “Ustedes (los Multipolares) le tiran margaritas a los chanchos”.
Así que ahí interpreté el primer motivo de mi miedo: Tenía miedo de estar frente a personas que no logran convivir con alguien a quien la vida puso, o que eligió ponerse, de determinado lado.
Siguiendo con la reflexión me preguntaba:
¿Por qué alguien se permitiría opinar tan acusatoriamente sobre mi trabajo, sólo porque incluye el trabajo con cierto grupo social?
Y ahí yo me ponía a pensar en qué momento yo me permito hablar sobre el trabajo de otros. ¿Sería normal que al escuchar que alguien labura en una empresa afirme “Vos trabajás con la empresa que “me” contamina los ríos”? o ¿“Vos le dejás años de tu vida a una empresa que promueve unos estereotipos de belleza espantosos?
Se ve que hay temas que son opinables y otros que no. Y hay trabajos más polémicos que otros.
Spoiler: Por suerte mis nuevos amigos tienen posturas copadas y si no siempre iguales, dialogables.
Eterno resplandor de un deseo sin adeptos (o con muy pocos)
El otro motivo por el cuál me permití preguntarme si podría (¿querría?) ser otra, es poner a prueba mi permanente deseo de vivir una vida comunitaria. Alta pregunta.
No se gente, yo pienso en grupo, qué quieren que les diga. Para mi es mi normalidad. Es mi paradigma. No se pueden imaginar lo que me cuesta individuarme.
Doy ejemplos:
Necesito algo, y antes de comprarlo, se me ocurre preguntar a quienes conozco si tienen para prestar.
Tengo un problema en el que me doy cuenta que me faltan recursos para resolver, y pregunto en cuánto grupo de Whatsapp o Facebook del que soy parte si se les ocurre algo. Parto siempre de que lo que no se lo sabe otrx, que lo que no tengo, seguro lo tiene un otrx. Y pido. Y ofrezco cuando tengo.
Llega el momento del almuerzo y pienso en cómo ahorramos comprando colectivamente. No se me ocurre pensar en el almuerzo sólo para mi.
No se si decirles que “vine así”. Capaz las galletitas de pescaditos tengan responsabilidad en esto. Pero si puedo contar que es lo que vivo. Y si bien la mayoría de las veces amo la elección, hay muchas otras en que me frustro sobremanera.
Por eso cuando entré en este nuevo ámbito me di la posibilidad de probar si me bancaba ser de otra forma. Si podía hacer la mía. Ir por la individual.
Aguanté poco.
Me di cuenta que sufría micro-colapsos internos cuando al entrar a un aula en el que las trabajadoras de la limpieza habían dejado los bancos amontonados -en bloque- post tarea de aseo, las personas que iban llegando se sentaban en la primera hilera. La primera hilera tiene 11 bancos. Se sientan en la primer hilera Y NADIE MÁS PUEDE USAR UNA SILLA MÁS PORQUE BLOQUEAN TODO ACCESO. Y somos entre 45 y 60 por clase.
Frente a esto, probé con ser menos “yo”, simplemente tomar mi banco y llevarlo hacia adelante. Eso me parecía un progreso revolucionario: Ni me senté yo también en una de las once sillas egoístamente (lo que representaría el grado “Anti Malena”) ni organicé una movida para que ordenemos los bancos juntxs, que sería el comportamiento habitual.
Tres semanas duré: Tres.
A la tercera semana estaba arriando bancos sóla, ordenando las filas en hileras cuando llegaba al aula. Lo único que logré modificar de mi comportamiento habitual es no proponer que lo hiciéramos en conjunto.
Tampoco da para hacerse odiar tan rápido.
Mi tiempo no es sólo mío, mis decisiones me afectan más que a mi
Por último, o al menos por último en esta edición, otro temor que tenía acerca de contarme cómo soy era que se note que hay cosas que no elijo. O bueno, que al haber elegido lo que elegí, vienen por añadidura.
Hay personas que tienen la posibilidad de que su trabajo termine cuando salen de la oficina, la salita, el Hospital, el negocio. No es mi caso.
Primero, durante años convertí mi casa en la oficina, por lo tanto no salía nunca. Ahora eso cambió.
Pero por otro, lo que comenzó siendo “Tengo ganas de trabajar con quienes la están pasando horrible porque viven en la calle” terminó convirtiéndose en una organización con personería jurídica, que debe rendir cuentas, presentar informes, que tiene más de sesenta colaboradores que trabajan rentados y deben cobrar cada mes, a los que la inflación les jode la vida como a todos, que a veces están contentos y a veces se van dando un portazo, como situaciones básicas.
Y luego también está el cotillón: Vivimos en un mundo hiper mediatizado, que requiere que “haga videitos para Instagram”, que exige que sea cool para que me inviten al programa de Andy o que acumule notas en medios o -como si no fuera poco con eso, ahora también podcasts- hegemónicos para demostrar que realmente Multipolar existe.
¿Soy una adicta al trabajo a quien le encanta sentirse importante y que todo pase por mi?
No, ni a gancho. De hecho suelto mucho y a veces demasiado. Tengo sueños eróticos con trabajar de 9 a 18 y poder soltar el celular o irme de vacaciones y apagarlo sin consecuencias que luego deberé solucionar. Pero no es el momento. Dicho por gente que sabe.
¿Va a ser asi siempre?
No. Solamente hasta que pasemos la “crisis de crecimiento” y tengamos las personas en roles de mandos medios suficientes para que el trabajo pueda repartirse más. Multipolar es una organización super profesional que gestiona más de 10 proyectos gigantes de manera eficiente, eficaz y “exitosa” si se me permite el término. Pero aún estamos creciendo. En 2020 éramos cuatro, y hoy más de 60. No hay forma de que no se sientan las complejidades “del estirón”.
¿Te parece sexy estar tan ocupada todo el tiempo?
No, lo único que me parece sexy en este momento son temperaturas por debajo de los 14 grados y un buen guiso de lentejas.
A la vez, no todo nuestro trabajo es riesgoso, pero parte de él si lo es.
La mayor parte de las veces las personas con las que trabajamos están bien, sólo buscan una oportunidad, son sumamente agradecidas y respetuosas con los espacios y nos brindan más de lo que damos. Pero -digamos todo- en una mínima proporción también hay momentos en que algunas otras están bajo el efecto de sustancias psicoactivas, me ha tocado presenciar -y hasta negociar- tomas de espacios físicos, enfrentamientos con la poli, personas que se apuñalaban con biromes BIC o que en abstinencia presionaban el botón del repelente para insectos frente a su boca abierta luego de gritar: ¡NECESITO PACO!
Esto hace que no, no pueda apagar el teléfono ciegamente si estoy de guardia activa.
A partir de eso, Martín empezó a llamarme “Malena de guardia”.
Por otro lado, cuando alguien me ve super estresada me dice: “Cerrá todo a la mierda y buscate un trabajo más tranquilo”.
Y no, amigos. No es tan sencillo cerrar.
Porque:
Primero que no quiero. Amo mi trabajo y lo que produce.
Segundo, Francia.
Y tercero: Hay responsabilidad.
Hay responsabilidad hacia las personas en situación de calle que confían en nosotros y ven en las herramientas que podamos brindarles una luz al final del camino de la situación de calle. Hay responsabilidad profesional. Hay vínculos afectivos. Y también, otras cosas menos emotivas como contratos, compromisos, personas que llevan el pan a sus mesas con lo que cobran trabajando en Multi, licitaciones ganadas. Y todas pero todas esas cosas las firmé yo. Y eso a veces genera una responsabilidad que se siente como un peso grande en la espalda.
Ceci trabaja en otras cosas, y estuvo mucho en empresas grandes. Pero una vez emprendió. Emprendió siguiendo un sueño y algo se la llevó puesta. Tal vez por ese motivo, una de las dos veces que lloré el año pasado, que me agarró de repente en el mismo lugar que ella, pudo entender cómo me sentía.
Para ese momento, lo que no había blanqueado, lo confesé:
Mi trabajo es hermoso pero trae mucho consigo. Tengo cosas a cargo que nadie me enseñó a manejar y voy aprendiendo en el camino. Cada vez que una persona en situación de calle consigue trabajo me siento Messi en el primer gol contra México, pero cada vez que un pibe recae y todo se va a la bosta vuelvo al minuto 90 perdiendo contra Arabia Saudita.
Y sirvió “confesar”. Porque tanto ella como Martín me dijeron cosas que me sirvieron un montón. Se sentaron al lado mío en el piso de ese lugar sin sillas, con la espalda contra la pared, mantuvieron la distancia necesaria de personas que no se demuestran el cariño con proximidad física y me hicieron sentir que iba a poder y que estábamos juntos en esto. A pesar de ser mis únicos “amis” que no compartían mi opción de vida.
“Nadie puede con todo, amiga”. Me dijo Martín, que al final no era ningún ortiva sino que solamente tiene fama de recio.
“No estás exagerando: Fin de año te está cagando a palos”, dijo Ceci, desplegando una sabiduría zarpada a la hora de extrapolar el ejemplo de su experiencia al emprender al mío.
Si saben que me pongo así… o “Concluyendo”
Creo que hay momentos que nos habilitan posibilidades, como a mi, la posibilidad de ensayar si me gustaría ser otra Malena en algunos momentos de mi vida. No me arrepiento de habérmelo planteado. La respuesta fue que no. Creo que hay cosas que hacemos por piloto automático, que hay cosas que se eligen, y que hay cosas que al elegir, nos eligen y van a determinarnos.
Prueba hecha después, refuerzo seguir eligiendo construir o sumarme a comunidades, pero he aprendido que tengo que evitar la confusión entre mi necesidad que inventa comunitarismo y cuando eso realmente surge. Durante años flashé comunidades en agrupamientos, y la única que quería que haya esa cosita que nos une como el huevo a los ingredientes de la milanesa era yo. La comunidades serán definidas y elegidas por sus miembros o no serán. (Sos Cortazar con tus metáforas, Malena. Te superás cada día).
También aprendí que definitivamente no quiero desperdiciar tiempo en convencer a nadie sobre cómo se ve la vida de este lado de la mecha. Pero si hay quien desea conocer y conversar, estoy siempre dispuesta a hacerlo. De hecho. no creo que suceda, pero si llegaste leyendo hasta acá, y tenés alguna pregunta que expresar, la responderé gustosa sin ofenderme.
Por último, anécdota de ayer a la noche. Como comenté anteriormente, vengo de días complicados. Ayer fue uno de ellos, después de un finde en el que no pude elegir descansar porque como dije, mis decisiones me influyen más que a mi. A las 23: 28, cuando premiándome por el día de m… que había tenido, ya me había acostado, surgió una situación que, al involucrar a un menor de edad, no podía dejar de atender.
Se que no quieren leer esto, pero también tengo muy claro el sinceramiento que quiero transmitir sobre la diferencia entre ser Belén Fraga y ser una simple mortal de haciendo hace lo que puede: Cuando el mensaje por ese tema me llegó, lo primero que me salió fue putear.
No era lo que necesitaba.
No era la forma en la que quería cerrar mi lunes de caos.
No era lo que veo en la tele cuando en esa ONG edulcorada surge un problema y una trabajadora social que está más buena que las patitas de pollo lograr resolverlo antes de que todo se escale a niveles peligrosos.
Pero es lo que viene con lo que elegí.
Reitero: LO QUE VIENE con lo que elegí.
Por suerte, siempre hay quienes me contienen o palmean la espalda en la catarsis. Me acompañan en el sentimiento. Me dicen “es por ahí, estás donde elegiste estar”. Algun@s son los de siempre, los que comparten camino, en Multipolar o en otros lados. Pero por suerte, otros son Cecilia y Martín.
Cecilia que me desenreda los pensamientos intentando ponerse en mi lugar y haciendo paralelismos que parecerían imposibles entre sus mundos y los míos. Usando esa agudeza para leer mis conflictos, sin buscar que me ponga aguda, a pesar de que yo también quisiera ser un poco alguien a quien Joaquín Sabina le dedique canciones.
Martín yéndome a buscar a su manera cuando quiero abandonar la facultad. Diciéndome que no afloje. Mandándome canciones con una música espantosa pero una letra que me atraviesa la vida en el momento indicado. Impidiéndome pensar en rendirme, o dejándome pensarlo pero instándome a que no lo haga.
Entonces, por suerte, confirmo la elección que hice, y ya no me ofendo con estos chistes
sino agradezco que me acepten como soy porque me ayudan a confirmar que me acepto como soy, a mi y a lo que viene conmigo.
Abrazo grande, paz en sus corazones.
Male
H2
Compartile este newsletter a esa persona que aún no sabe si se banca a si misma.